
Una vez me dijo mi padre” quien olvida sus raíces está muerto”, y tiene razón, porque las raíces se llevan en el corazón, se sienten en el alma.
Yo se de donde vengo aunque no sepa donde voy, se que volver a pisar esa tierra ocre, casi vacía de vegetación, me hace volver a la calma, a la serenidad. Me hace recordar tiempos en los que el rio Frasno, que atraviesa mi rincón, rebosaba borbotones de agua y tierra. O eternizar, por un segundo, la sonrisa de mi abuelo devolviéndome alegría, desde su banco del matadero. O revivir aquel día en el que mi padre nos enseñaba, como un chiquillo con un juguete nuevo entre las manos, ese gran tractor, que tanto nos dio.
Porque yo no olvido que mis raíces están hundidas en una tierra en la que , en septiembre, brota ese caldo divino, al que llaman vino. Porque a ese vino es al que le debemos mi familia lo que tenemos, porque es nuestra forma de vida.
Añoro sentir un golpe de viento, de ese al que llaman cierzo, rozando mi cara. Siento la necesidad de buscar entre mis recuerdos, las tardes de verano en las que, entre las calles de esa tierra, me enamore por primera vez.
A veces espero silenciosa a que el aire contaminado, de esta gran ciudad, me traiga los aromas de la infancia que me vio crecer; las noches de locura que, al son de la orquesta más barata, bailaba sueños e ilusiones.
Quiero sentir entre mis manos, el mismo sentimiento que recorría mi mente al correr por el paseo inundado de hojas muertas, que dejaban aquellos otoños de los noventa, mientras jugaba a ser mayor, ajena a los problemas del mundo. .